El umbral respira a mi alrededor, una promesa gruesa de verdad y dolor, y me obligo a avanzar, paso tras paso, sin dejar escapar la sensación de que cada movimiento está midiendo mi pulso.
La primera etapa me arranca del torso un suspiro, porque exige que confíe en la manada sin reservas, que abandone la libre voluntad en favor de un nosotros que todavía no está escrito.
Se trata de una prueba física. Debo atravesar un corredor estrecho, cuyas paredes están llenas de símbolos ancestrales grabados en la superficie. Cada símbolo palpita como si estuviera vivo, marcando un ritmo que sólo la mente puede seguir. Noto la forma de la manada grabada en la roca, la misma que la Madre de la manada mencionó como la trinidad de las que nacen todas sus leyes: protección, sacrificio y verdad.
No hay espacio para dudas, debo caminar sin mirar atrás, manteniendo el equilibrio en mis pasos y la respiración controlada, El aire se espesa, caliente y frío a la vez, como si la cueva respirara conmigo. Tr