99. Juego de apariencias
Isabella apagó el motor frente al Centro Comunitario Cristo Redentor y bajó el espejo retrovisor. Logró que el maquillaje disimulara las sombras bajo sus ojos, pero no podía hacer más contra el dolor persistente en su cadera.
Solo esperaba que la dosis de analgésicos fuera suficiente para mantenerla de pie durante las próximas horas.
Al bajar del vehículo, notó las miradas evaluadoras de varias mujeres en la entrada. Antes, ese escrutinio le habría inquietado; ahora apenas lo notaba.
Se ajustó la correa de su bolso, sintiendo el peso familiar de la pistola en su interior. James había sido claro:
—En nuestro mundo, la complacencia mata.
En otro momento, habría considerado paranoico llevar un arma a un evento benéfico. Ahora era simple prudencia.
Al entrar al edificio, enderezó la espalda resistiendo hacer una mueca, pero no podía mostrar ni un indicio de debilidad, porque conocía este mundo donde las apariencias lo eran todo.
Los vitrales centenarios filtraban la luz en destellos de c