100. Vínculos de sangre
Isabella empujó la puerta del dormitorio y se detuvo. Nathan estaba frente al espejo, abotonándose una camisa limpia. Sobre la cama había otra, con una mancha carmesí extendiéndose por el costado.
Se detuvo en el umbral, estudiando su reflejo. Los músculos de su espalda estaban tensos bajo la tela blanca, y sus movimientos calculados delataban que era consciente de su presencia.
—¿A quién tuviste que disciplinar esta vez?
Nathan continuó abotonándose sin mirarla, sus dedos moviéndose con precisión estudiada.
—Nadie que deba preocuparte.
Isabella avanzó hasta quedar a unos pasos de él, ignorando el dolor persistente en su cadera.
—Hace tiempo que dejaste de hablar conmigo —su voz era contenida, pero sus ojos desafiaban su reflejo—. ¿Ya no confías en mí?
Nathan se giró con lentitud, sus movimientos calculados como si midiera el peso de cada palabra antes de hablar.
—¿Tienes cara para preguntarlo? —su voz estaba impregnada de desprecio—. Cada vez que salgo de viaje, parece que aprovecha