44. Pan y Sal

El aroma a incienso y vodka golpeó a Nathan en cuanto abrió la puerta de la mansión Mikhailov. Las velas en los candelabros de plata oscilaban frente a los antiguos iconos ortodoxos, y el papel tapiz carmesí.

Tania Mikhailov lo esperaba con una toalla bordada entre las manos temblorosas, sobre ella, un trozo de pan negro de centeno y un recipiente de plata labrada con sal kosher. Sus ojos, hinchados y enrojecidos, mantenían la dignidad de generaciones de nobles rusos. El samovar de cobre en la mesa lateral silbaba suavemente.

—Dobro pozhalovat, Nathan Kirólievich —dijo Tania, usando el patronímico como señal de respeto.

Nathan inclinó la cabeza y y cumplió con la tradición. El pan negro, denso y agrio, se deshizo en su boca.

—Spasibo —murmuró, y Tania esbozó una sonrisa quebrada.

La siguió por el pasillo. Los hombres de traje negro, algunos miembros de la bratva y de la comunidad rusa interrumpieron sus conversaciones al verlo pasar. Sus miradas lo seguían: el americano, el heredero
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