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Trina lo miró a los ojos. Vio una fragilidad que la conmovió. Él se había entregado a ella en la desesperación.

—No sé si puedo, Alejandro —respondió Trina, llorando. —Me has lastimado mucho.

Él la abrazó con fuerza. —Lo sé y lo lamento. Pero te prometo que lo compensaré. Te demostraré que digo la verdad.

Trina se aferró a él. La pasión era un alivio, pero no podía sanar la desconfianza. Sin embargo, la suplica de Alejandro había encendido una esperanza en su interior.

Se quedaron así un rato, abrazados, sus cuerpos aun sintiendo la pasión. El poder del deseo era innegable y los unía a pesar de todo. Trina se dio cuenta de que, a pesar del engaño y los secretos, no podía

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