Él no esperó. Sus labios se unieron con intensidad, prometiendo más. Con destreza, exploró cada parte de ella, despertando sensaciones olvidadas, o quizás nunca antes sentidas así por Trina. Él sabía cómo excitarla, cómo llevarla al límite.
El estudio resonó con su pasión: roces, gemidos y jadeos. La lluvia golpeaba las ventanas, creando un fondo rítmico para su encuentro.
Cuando la hizo suya, Trina sintió una explosión. Su cuerpo se abrió y se rindió. El dolor inicial desapareció, reemplazado por un placer que la hizo gritar su nombre. Él se movió con fuerza, llevándola a un éxtasis total.
Se movieron juntos en una danza antigua, buscando la liberación. Trina se aferró a él, arañando su espalda y besándolo desesperadamente. El placer la consumía.
El orgasmo la sacudió como una descarga. Gritó y se aferró a Alejandro con fuerza. Él la siguió, su propio grito contenido en su hombro.
Exhaustos, cayeron en el sofá. Reinó el silencio, interrumpido solo por sus respiraciones y la lluvia. T