Había pasado una semana, pero para Olívia cada día parecía un capítulo de una novela que ella misma no escribía. Desde que firmó el contrato, Liam surgía como una sombra brillante en cada aspecto de su vida. Aparecía en la empresa al final de la jornada, la llevaba a cenar, a la suite donde se hospedaba, iba a la mansión de su familia. A veces incluso había besos. Todo tenía que parecer real.
Para quienes miraban desde afuera, eran una pareja enamorada y sólida. En las redes sociales empezaron a aparecer fotos de manos entrelazadas, sonrisas congeladas y una leyenda discreta: “un nuevo comienzo”. Ana mostraba todo con orgullo a sus amigas, Fabrício parecía más tranquilo, e incluso Victor comentaba siempre que ella había acertado con su elección.
Pero por dentro, Olívia sentía que el teatro la asfixiaba. Cada gesto ensayado era un recordatorio del contrato, del chantaje, del bebé creciendo en su vientre. Y, aun así, había momentos fugaces, casi imperceptibles, en los que la máscara de