El silencio en el salón era espeso cuando el juez de paz anunció:
—Puede besar a la novia.
Olívia sintió que todo su cuerpo temblaba. El corazón le latía descompasado, la respiración se le volvió corta. Liam la observaba con una mirada profunda, casi hipnótica. Por un instante, todo desapareció: los invitados, los flashes, la música. Solo existían sus ojos, verdes e intensos, y el recuerdo del verdadero motivo de aquel matrimonio.
Él levantó la mano y, con sus dedos largos, acarició suavemente el rostro de ella. El contacto, inesperado, recorrió la piel de Olívia como un hilo de electricidad. Tragó saliva. Entonces Liam se inclinó y la besó.
No fue un beso de fachada. Fue sereno, firme, pero con una dulzura contenida, como si cada movimiento hubiera sido cuidadosamente medido. Olívia, sin darse cuenta, le correspondió. Cuando él apoyó la frente en la de ella y le dio tres besos breves, el corazón de Olívia se aceleró aún más. Por un instante, el contrato dejó de existir. Por un instan