Aquel día, América no quería verlo. No deseaba que él la tocara ni que le hablara con esa voz suave que siempre escondía tormentas detrás. Cada vez que discutían, terminaba con la misma sensación: la de estar atrapada en una relación que apenas funcionaba. Era todo tan diferente a lo que alguna vez imaginó.
“¿Le daría su primera vez a él si no estuvieran casados”, quizá no, por ende de una u otra forma, Nathan si que le había impuesto un deber, comprado con dinero, dinero que no siquiera era para ella.
Confiaba en Nathan. Pero él parecía decidido a malinterpretar cada gesto, cada palabra, cada movimiento suyo. Y eso, simplemente, agotaba.
Habían pasado varios meses desde que comenzó a hablar con Francis, una chica encantadora que pronto se convirtió en parte del círculo de sus amigas. Francis lo sabía todo. Absolutamente todo. Al igual que Zoe, Virginia y Larissa. Desde aquella noche en el antro, cuando se reencontró con Gustavo, no había vuelto a salir. No por falta de ganas, sino po