Luciana, Mariana e Isabella se sentían impotentes.
Había motivos por los que Ana se ganaba tantos enemigos.
Con solo unas palabras, podía hacer que la gente rechinara los dientes de rabia.
¿Y ahora qué hacer?
Si Ana no iba, ¡el plan no podría ejecutarse!
Las tres estaban desesperadas, como hormigas sobre una sartén caliente.
Afortunadamente, Ana percibió su ansiedad y habló con aire condescendiente:
—Podría ir contigo, pero con una condición...
Las dejó en suspenso.
Luciana, apretando los dientes, con una mirada feroz, preguntó:
—¿Qué condición?
—Que me dejes jugar un poco con tu insecto hechizador.
Justo al terminar esta frase, las luces del pasillo se encendieron repentinamente.
La cara de Luciana parecía un papel blanco.
¿Cómo sabía Ana que ella practicaba hechicería? ¡Seguramente estaba tanteándola!
El pequeño cuerpo de Luciana temblaba mientras intentaba mantener la calma.
—¿Qué... qué insecto? No entiendo de qué hablas...
—¿No? Entonces el hechizo de amor dentro de Camilo, ¿creci