Gabriel le extendió una invitación sincera.
Sus ojos negros eran profundos como remolinos.
Ana quedó paralizada por unos segundos, y luego, como si hubiera recibido una descarga eléctrica, desvió rápidamente la mirada.
Bajo su cabello negro, las puntas de sus orejas se habían enrojecido.
Conteniendo sus emociones, cerró los dedos mientras aparentaba indiferencia. No aceptó de inmediato, sino que dijo:
—Ya veremos, no sé si tendré tiempo ese día.
En dos o tres días más, Ana tendría que empezar a ocuparse de su trabajo.
Desde la última vez que actualizó su estado pidiendo permiso, ya había pasado medio mes.
Sus seguidores comentaban a diario pidiéndole actualizaciones y transmisiones en vivo. El interés crecía cada vez más y, por ética profesional, Ana no podía seguir ignorándolos.
Sin importar lo demás, su carrera era su prioridad.
Era mejor depender de una misma que de otros.
Una mujer debe ser independiente.
—No hay problema, esposa. Solo dime qué día estás libre y haré que la organic