Una expresión inocente apareció en el rostro de Andrés. Extendió las manos en señal de negación y articuló sin voz: No fui yo.
Ni siquiera se había movido.
— ¿Quién, quién está ahí?
— Mocoso, ¡quiero ver cuánto más puedes esconderte! ¡Aquí puedes gritar hasta quedarte sin voz y nadie vendrá a salvarte!
Ana apartó silenciosamente la mirada y apretó instintivamente el tubo de acero en su mano.
Andrés imitó su gesto, conteniendo la respiración mientras las linternas de los hombres apuntaban en su dirección.
Las sombras en el suelo se acercaban cada vez más.
Andrés respiró profundamente, con las palmas sudorosas por la tensión.
Justo cuando se disponía a levantar el tubo, uno de los matones gritó:
— ¡Jefe, la encontramos! ¡Está escondida aquí dentro!
Un fuerte golpe retumbó, erizando la piel.
Selina se ocultaba dentro de un gran tubo metálico, con las rodillas flexionadas, tratando de hacerse lo más pequeña posible.
Su rostro estaba pálido, su hombro manchado de sangre, y su respiración se