—¡Tadeo, te voy a dar hasta tres para que lo borres ahora mismo! —amenazó Mateo entre dientes.
Su traje estaba todo arrugado después de pasar la noche sentado fuera de la puerta. Las ojeras oscuras bajo sus ojos le daban un aspecto agotado.
Una imagen completamente opuesta a su habitual apariencia elegante y distinguida.
Tadeo, cubriendo su teléfono, sonreía de manera provocadora —¡Imposible! ¡Además, pienso mandarlo al grupo ahora mismo!
Lo decía a propósito para provocarlo.
¡Hmpf! ¿Quién le mandaba a Mateo haber tratado tan mal a Ana antes?
¡Traidor sin corazón!
¡Merecía sufrir!
Tadeo había salido temprano para ir a buscar su balón de básquet a la casa de los Vargas, pero al abrir la puerta, se encontró con Mateo, que parecía un vagabundo.
Estaba sentado apoyado en la puerta con los ojos cerrados.
No hacía falta ser un genio para saber que Mateo estaba esperando a Ana.
Tadeo, sin ningún temor al enfurecido Mateo, se dio palmaditas en la cara —¡Ven a pegarme! ¡Atrévete a pegarme!
Mate