La noche estaba fresca y el aire olía a lluvia reciente. Stella caminaba con paso rápido, abrazándose a sí misma para protegerse del viento. Acababa de salir del edificio de Leroux Holdings, había tenido un día largo y lo único que quería era algo caliente para cenar antes de volver a su pequeño apartamento. La pizzería de la esquina era su sitio de emergencia cuando no tenía ganas de cocinar, y esa noche, el aroma del pan y el queso derretido la guiaba como una promesa de consuelo.
Al doblar la esquina, se ajustó el abrigo y subió el cuello de la bufanda, intentando pasar desapercibida. Su cabello, recogido de prisa, había perdido forma durante el día, y el cansancio se reflejaba en su rostro. No esperaba llamar la atención de nadie… pero la ciudad rara vez era amable con quienes parecían vulnerables.
—Mírenla —oyó una voz áspera a su derecha.
Dos hombres, apoyados contra la pared junto a la entrada del local, fumaban y reían. Uno de ellos le lanzó una mirada burlona.
—Bonito pei