—¿Qué? ¡No! Cyrus, de verdad no…
—¿Por qué no?
—Porque no quiero que gastes tu dinero en mí.
—¿Y en quién más lo voy a gastar? Vamos, quiero darte algo bonito, que haga que me recuerdes cada vez que lo veas o lo sientas tocando tu piel.
—Pero...
Quiso rebatir, pero él no la dejó terminar. Sí, la perdió de la mano un segundo, pero solo para abrirle la puerta con una pequeña reverencia juguetona.
—Pasa —dijo.
—Cyrus… —ella quiso retroceder, pero él la miró con una mezcla de ternura y determinación que la dejó sin argumentos.
—Déjame consentirte un poquito, Stella. Solo un poquito.
—Ya me regalaste dos libros... ¡Primera edición!
—Eso no es nada. Por favor —suplicó.
Ella suspiró. Sabía que cuando él hacía ese gesto —la cabeza ligeramente inclinada, los ojos brillantes de entusiasmo suave— no había forma de negarse. Entró finalmente, sintiendo el corazón brincar.
La joyería era impecable: vitrinas luminosas, alfombra suave, fragancia delicada y un ambiente tranquilo qu