Stella se inclinó y posó sus labios sobre el hombro desnudo de Cyrus.
El beso no fue gran cosa, apenas un suave toque de sus húmedos labios contra la piel ardiente. El contacto fue breve, ligero. Cualquiera habría dicho que algo ordinario, pero para Cyrus lo fue todo.
Stella continuó inclinándose, dejando más de esos besitos ordinarios por su piel y él sintió que con cada uno de ellos moría lentamente.
Joder. Era tan dulce. La clase de dulzura adictiva que no había encontrado nunca en ninguna otra mujer.
Pero no era solamente su dulzura lo que lo tenía perdido. Era la absoluta pureza e inocencia de sus besos.
Cyrus nunca había experimentado nada igual.
Estaba duro como el hierro y lo único que deseaba era arrancarle la ropa y poseerla. Pero no lo haría, por más deseoso y desesperado que estuviera.
Imagina semanas sin probar el azúcar: ni uvas, ni naranjas, nada... Y entonces muerdes la fresa más deliciosa que Dios haya creado jamás...
La sangre le latía en las venas. S