Javier me llevó a dar una vuelta por la ciudad y, para cuando regresamos a la finca de los Reyes, ya había anochecido.
—Descansa un poco —dijo en voz baja—. Mañana te enviarán el contrato de matrimonio.
Vi su Rolls-Royce desaparecer en la noche antes de darme la vuelta para entrar. Cuando llegaba al porche, una mano salió de entre las sombras y me agarró del brazo.
—No te puedes casar con él.
Era Leonardo.
Me solté de un tirón.
—Lo nuestro se acabó. No tienes por qué estarme tocando.
Dio un paso más hacia mí y me acorraló contra el barandal de piedra.
—A Javier le dispararon hace años. Los doctores dijeron que no le quedan más que unos pocos años de vida. ¿Te vas a casar con él solo para quedarte viuda?
—¡Zas!
El eco de la cachetada resonó en el silencio de la noche. Estaba furiosa.
—¡Cómo te atreves! ¡Ni siendo el heredero tienes derecho a decir esas cosas! Él es mi prometido. En cuanto se firme ese contrato mañana, seré la esposa del Don. Viva o muera, él es mi esposo, y voy a estar