La víspera de nuestra boda, mi prometido, el heredero del Sindicato, me dijo que le cediera mi título a otra mujer y me convirtiera en su amante. Así que dejé mi vestido de novia en el suelo y decidí casarme con el Don. Si no podía ser su esposa, me convertiría en su madre.—Señorita, el señor Leonardo está aquí —anunció nuestra empleada, María, al abrir la puerta, con la voz temblorosa de emoción. Una visita del heredero en persona era todo un honor.Antes de que pudiera voltear, Leonardo Garza entró con paso decidido y su mirada se posó en mí con la calidez de siempre.—Elena, deja que la diseñadora se encargue de los arreglos. ¿Para qué lo haces tú? Te vas a lastimar los dedos.Estaba de pie frente al espejo de cuerpo completo, usando un vestido de novia blanco, hecho a la medida. Se suponía que no debía estar aquí.Hacía dos semanas, Carolina Sifuentes había presumido su fiesta de cumpleaños por todo Instagram. Sería en el yate privado de su familia y casi toda la alta sociedad de
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