Isabel nos despidió con un ademán.
—Entiendo. Hablaré con tu padre. Ya pueden irse.
Con una sonrisa de oreja a oreja, Leonardo se fue con Carolina. Isabel clavó su mirada en mí.
—En unos días recibirás noticias oficiales en tu casa. Prepárate.
Mi madre y yo salimos de la propiedad. Cuando llegábamos a nuestro carro, Leonardo se nos puso enfrente.
Me encaró, con la cara roja de coraje.
—¿Qué le dijiste a mi madre? Te lo advierto, Carolina y yo ya nos dimos anillos de compromiso. ¡Ni se te ocurra meterte entre nosotros! Voy a mandar a alguien por el anillo que te di. Sé que te duele perder tu puesto como mi esposa, así que te mandaré unas joyas como compensación. Pero te prohíbo que vuelvas a molestarnos, ni a mí ni a mi madre.
Me zafé de su agarre.
—¿Tú crees que estoy tan desesperada por ti? ¿Que necesito andar con intrigas para entrar a tu familia? Puedes estar seguro de que no soy esa clase de mujer. Jamás me rebajaría a tanto.
Carolina, a su lado, rio con burla.
—Cómo detesto a las