Angelina se lavaba las manos y se quitaba la ropa de uso del quirófano, entró en el sanitario y apoyó la frente contra el espejo con frustración y agotamiento.
Se había mantenido fuerte lo mejor que pudo, pero era demasiado para ella, en menos de una semana había pasado de ser una monja a estar secuestrada por un desconocido, de estar secuestrada a convertirse en la esposa de un mafioso y luego descubrir que el mafioso era Adriano, e incluso, saber su verdadero nombre.
De odiarlo con todas sus fuerzas a dejar que le hiciera el amor y sentir que probablemente sí lo amaba, pero que no podía dejarse llevar tan fácil y rápidamente, que no le demostraría sus sentimientos porque seguramente ella solo era una más de su lista de conquistas.
De odiarlo, a amarlo, de amarlo, a celarlo con la mucama, y a ser atacados por otro loco que estuvo a punto de abusar de ella y matarlo a él.
Y ahora, salía de un quirófano en donde Adriano luchaba por su vida.
Se miró al espejo, su rostro estaba demacrado