Cuando iba a mitad del camino, Adriano recordó los diamantes y se detuvo en seco, apretó los puños porque no quería regresar después de su dramática salida con portazo y todo, pero los necesitaba, eran parte escencial del trato con Flavio, y el tipo no se andaba con juegos, y él tampoco.
Además, era la excusa perfecta para vengar la muerte de Bruno por culpa de Vico, el matón de Flavio era su jefe y quien había insistido en que fuera parte del golpe.
De modo que respiró hondo y se dío la vuelta.
Empujó la puerta de la habitación de la novicia y la hoja de madera no cedió ni un solo centímetro.
— ¡Diantres! — dijo para si mismo — ¿Angelina? — Se obligó a decir
La joven escuchó la voz de Adriano y se limpió las lágrimas, su corazón saltó de alegría pensando que él se había arrepentido de irse, y que venía a disculparse por sus palabras.
Se levantó apresuradamente y abrió la puerta.
— ¿Si? — dijo espectante e inocente.
Él se rascó la cabeza.
— ¿ Tienes los diamantes?
La emoción de la chi