Él es la oveja negra de la poderosa y multimillonaria familia Brin. Desde que decidió dejarse llevar por el destino, ha estado recorriendo el país en un viejo coche Ford, dejando corazones ilusionados por aquí y allá. Pintor por pasatiempo y mujeriego por elección. Se considera a sí mismo un hombre bohemio que antepone su libertad a cualquier compromiso mundano, sea sentimental o familiar. Vive el día a día, sin preocupaciones ni obligaciones y plasmar en un lienzo las diferentes ciudades que visitó, se convirtió, también, en una manera de ganarse sustento y solventar ciertos placeres que ningún hombre debiese de reprimir. Un día, en su ahínco por pintar un nuevo paisaje, llega a una ciudad repleta de belleza por explorar y queda fascinado por todos los posibles placeres que puede experimentar. Sin embargo, quizá no todo sea tan… nítido y las cosas pueden volverse turbias cuando conozca a una hermosa joven que desencadenará una sucesión de eventos que pondrán en peligro su mundo bohemio y su mejor secreto guardado... «No me interesa la fama, pero sí el sentirme satisfecho conmigo mismo». ←♥→ Obra registrada en Safe Creative. No se permite copia total o parcial, sean originales. Para todos aquellos que me conocen, saben perfectamente que todas mis obras están registrada y para lo que no, pues ya lo saben. Ante cualquier tipo de plagio, se tomaran las medidas necesarias.
Leer másRenegó por media hora bajo el sol abrazador y no pudo solucionar el problema del viejo auto, tampoco era como si supiese algo de mecánica, pero creyó que toqueteando algo del motor, el coche arrancaría tal cual sucedía en las películas. Bueno, se equivocó y, no teniendo alguna posible solución, emprendió rumbo hacia un bar-café que ya había visitado con anterioridad.
Hacía dos meses que se instaló en un pequeño hospedaje, la habitación era barata y lo suficientemente cómoda para él y sus pocas pertenencias. Además, nunca se quedaba por mucho tiempo en la misma ciudad y esta vez no sería la excepción. Su familia nunca lo buscaría en Valencia, lo harían por Málaga o San Sebastián o cualquier otra ciudad lejana, pero no a pocos kilómetros de Madrid. Misma razón por la cual ni se preocupaba de ser encontrado y podía estar tranquilo y hacer de las suyas como el hombre libre que era.
Sonriendo, ingresó al bar-café. El aroma dulzón con notas de café flotaba en el aire y, mientras ocupaba una de las mesas, vio al mismo camarero que lo había atendido las otras veces. Pidió un cappuccino.
—¿Lo has escuchado, cierto?
—Pues siempre escucho algo por ahí, sobre todo por tratarse de un revuelo como ese.
No era su intención andar oyendo conversaciones ajenas, pero los dos hombres se encontraban a solo unos pocos metros de su mesa.
El camarero le trajo el cappuccino y le regaló un leve asentimiento de cabeza. Luego pasaría por caja y pagaría.
—Según se rumorea, Andrew Echeverri la dejó.
—Vaya, por tu expresión, deduzco que no es sorpresa, ¿acaso sabes algo más que yo no?
—Hombre, que si sé algo —No mentiría pensando que la charla no estaba poniéndose interesante—. Verás, dicen que quedó en la calle. Imagínate, una muchacha como ella.
—No, eso no es cierto —Para estas altura, tuvo que hacer acopio de su voluntad y no erguir un poco la cabeza—. Sigue viviendo con esa mujer, no recuerdo su nombre ahora mismo.
Entrecerró los ojos, viendo a los dos hombres intercambiar una mirada dudosa como si intuyesen que eran escuchados, pero la charla retomó y él, disimulando beber un cappuccino más que frío y centrando su atención en un viejo periódico que habían dejado en su mesa, concentró sus oídos al bajo cuchicheo.
—Por lo que importa de ser ciertos los demás rumores —continuó uno de los hombres.
Él podía reconocer a simple vista que estos tipos estarían alrededor de los 50 años; vestían pulcramente con trajes y corbata, uno de ellos tenía el cabello canoso y el otro portaba unos elegantes lentes de pasta, pero pertenecer a cierto estatus social no era impedimento para hablar de otras personas. Ja, él lo sabía mejor que nadie.
—Eso sí, pero no creo que esa joven tuviese ese estilo de vida —comentó el hombre canoso.
—Seamos honesto, si Andrew la dejó, debió de ser por algo realmente grave —objetó el otro y bebió un sorbo de café—. A eso sumarle lo que ocurrió con su padre. Podre muchacha.
—Si tú lo dices.
Rebuscó en su bolsillo y solo halló un par de billetes. Tendría que pensar en la manera de conseguir dinero, tal vez pintar otro cuadro y venderlo o conseguirse algún empleo, aunque esto último no le agradaba en lo absoluto.
—Oh, mira quién viene —canturreó uno de los tipos.
Eso le llamó la atención y observó, casi sin disimulo, la entrada del local. Un hombre de aspecto cuidado y bien vestido ingresó al bar-café. Quizá no alcanzaba los 30 años de edad y él, siendo un hombre que reconocía la belleza, no pudo negar que el recién llegado poseía un rostro hermoso, de rubios cabellos y ojos color azul cielo.
—Hey, Andrew, por aquí, chico —llamó uno de los hombres, a poca distancia de su mesa.
«Vaya, este hombre tiene algo que, como decirlo… Ah, sí, tiene porte y exuda pretensión. Es uno de esos, sin dudas», pensó mientras dicho hombre se unía a los otros dos en la mesa.
—Buenos días, caballeros —saludó el tipo joven.
—Venga, Andrew, sin formalismos, es muy temprano —comentó el hombre canoso.
—Aún no bebo café, señores, y ya saben que…
—Pues ya tendrás una taza de cafeína —dijo el otro y se levantó de prisa.
La diversión emergió dentro de sí, estos tipos eran peores que esas viejicitas chismosas, pero tampoco podía negar que la curiosidad le picaba por continuar oyendo y saber más sobre cierta muchacha.
Posterior a unos cuantos minutos, el hombre cincuentón volvió a la mesa, cargando una bandeja con tazas con café. Por su parte, continuó con su actuación de leer el periódico y parando las orejas a la charla que se estaba reavivando con el recién llegado.
—No sé a qué vienen las preguntas, pero sí, es cierto que la dejé.
—¿Y eso por qué? Ella parecía valer la pena.
—Sí, de valer, lo valía.
—Entonces…
—Entonces ocurrió lo de su padre y no quise estar en medio de ese lío.
Interesante. La charla se estaba poniendo mucho muy interesante, ¿quién sería esta muchacha para que estos hombres estuviesen cotilleando ávidamente?
—Dicen por ahí que se marchó al otro lado del continente.
—Por mi puede estar donde quiera. De lo único que puedo estar seguro es de que ahora vendrán a ver cómo están las cosas en la empresa —parloteó el hombre joven.
—Escucha, no quiero ser, ya sabes, indecoroso, pero los rumores dicen que ella comenzó a trabajar como camarera y que aparte de ese trabajo tiene otro menos, eh, digno —contó el hombre de lente de pasta.
—Yo la quería, saben, de verdad lo hacía —confesó Andrew.
—Que desgracia, chico, ella realmente es una belleza y sería una deshonra para su padre saber que…
—¿Qué, que tiene varios amantes? —preguntó, con tono altanero, Andrew.
—Bueno, yo no diría eso sin estar seguro, pero eso se rumorea por ahí —enunció el hombre canoso.
—Además, su padre ahora tiene una reputación peor que la de su hija —señaló el hombre de lentes.
—Miren, no tengo noción de lo que pasará con ella o con su padre —objetó el joven—. Lo importante es lo que ocurrirá con la llegada de esa persona a la empresa.
—¿Sabes si vendrá el padre o algunos de los hijos? —curioseó el canoso.
—Uno de ellos es un don nadie, un vago sin oficio ni beneficio y el otro está tan alejado de la familia como ser posible —informó Andrew—. No, vendrá el yerno.
—Ese sí que se sacó la lotería al casarse con la única hija de Stefano.
—Pues que decirte, ese tipo no sabe ni cómo dar una conferencia, pero el respeto de los empleados lo tiene.
La charla tomó otro rumbo, pero eso no significó que él perdiese el interés; por el contrario, lo beneficiaba de muchas maneras.
Quizá, por primera vez, se quedaría por más tiempo en una ciudad. Quizá podría conocer a la muchacha de la cual hablaron esos tipos e investigar si podía aprovecharse de la situación de esta y tener una aventura, poseerla como esos tantos amantes…
—«No me interesa la fama, pero sí el sentirme satisfecho conmigo mismo» —Santiago se sobresaltó al oír esas palabras y volteó en torno a la puerta, frunció el ceño—. Nunca olvidaré el día que pronunciaste esas palabras. Santiago se mordió el labio inferior, tratando de no sonreír. Caminó hacia la puerta, apoyando su costado sobre la madera. —Esas palabras fueron y son parte de mí. No mentí entonces y no miento ahora —imperó, mirando las puntas de sus zapatos—. ¿Estás nerviosa? —Haré de cuenta de que no escuché semejante pregunta. —¿Sabes? Estoy haciendo mucho esfuerzo para no abrir esta puerta y verte —profirió—. ¿Crees en el destino, Olivia? Hubo un largo silencio del otro lado de la puerta. Santiago sentía cómo los latidos de su corazón iban en aumento e incluso podía jurar que en cualquier momento se le saldría del pecho, porque él sí estaba de los nervios. —Sí, creo en el destino —Contra su voluntad, esbozó una sonrisa altanera—. Y
Comenzó con una pequeña curvatura de las comisuras de sus labios, pero pronto aquella curvatura se transformó en una hermosa sonrisa. Una sonrisa tan brillante que lo encandilaba, que lo hacía sentir inmensamente feliz. —Tu… prometida. Yo… —Dios, sí, lo eres. Eres mi prometida —enunció feliz, risueño, incrédulo—. No lo puedo creer, esto es real. Ver el anillo en tu dedo es mucho mejor de lo que imaginé. Es… inverosímil. Te amo, Olivia, te amo tanto como no tienes idea. Sintió sus ojos escocer y le importó un bledo que sus emociones lo traicionasen. Le importó un comino si no podía contener la alegría… Nada, absolutamente nada podía superar la dicha de ver la radiante sonrisa de Olivia, luciendo el anillo que él había escogido con tanta ilusión y anhelo. —Santi, estás… —No me importa —balbuceó, siendo traicionado por las lágrimas—. Me importa un carajo que nos estén viendo ahora mismo. Lo único importante eres tú, preciosa. Solo tú. Oli
Los años no vienen solos, nunca lo hacen. Mirar hacia atrás le causaba un dejo de nostalgia porque su historia no comenzó de la manera típica y cliché. Su historia no fue color rosa. Estaba bien, sin embargo, porque logró aprender de sus errores, logró crecer como persona y logró madurar como hombre. En algún momento creyó y pensó que siempre sería ese chico libertino, ese pintor de aspecto andrajoso que saltaba de ciudad en ciudad; ese chico que conquistaba cuántas mujeres se le cruzasen por el camino; ese chico que juró no enamorarse nunca. Las vueltas de la vida porque nunca imaginó estar dónde está hoy día.Él había hecho un largo recorrido y no es como si se arrepintiese de todo lo que vivió o experimentó cuando era más joven. Por el contrario. Durante ese tiempo en el cual a él no le importaba un comino n
A veces sentía que todo lo que estaba viviendo era solo un sueño. A veces sentía que no se merecía todo lo bueno. A veces incluso sentía temor porque, después de seis meses, aún le costaba asimilar que todo en su vida estaba bien; de hecho, muy bien.Su vida había cambiado y también lo hizo su personalidad, aunque no del todo. Esa chispa altanera, la sonrisa lobuna y la mirada altiva, seguían siendo parte de sí. Podía haber cambiado en muchos aspectos, pero no creía poder cambiar su carácter y personalidad. Lo que sí podía hacer era modificarlo y amoldarse a las situaciones del día a día porque él bien sabía que una persona nunca cambia, una persona solo modifica ciertos rasgos de sí para acoplarse a las situaciones de la vida diaria.Santiago lo había conseguido. Había modificado para bien. Hoy día ten&
La situación no podía ser más desastrosa y de lo más bochornosa porque, en serio, era incapaz de recordar el instante exacto en el cual todo se volvió en su contra. Y sí, tuvo que dejarse llevar por un impulso y decir algo que no era del todo verdad. Dios, era injusto que por culpa de sus emociones actuase de una manera tan inmadura, por decir algo. ¿En qué estaba pensando cuando le dijo a Olivia que él sabía cocinar? ¿Por qué, incluso, dijo que su comida era buena y comestible? La realidad, de todo lo que dijo y prometió, distaba de ser verdad.La cocina era un completo caos de sartenes y cacerolas, de salpicaduras de salsa de tomate por la superficie de la encimera y ni hablar del humo que salía del horno. Y si no hacía algo pronto, la alarma contra incendios comenzaría a sonar. En completo estado casi paranoico, sacó del horno el recipiente que conten&iacu
No podía creer lo que veía en el impoluto espejo. No podía creer que ese reflejo que portaba una sonrisa tonta fuese el suyo. Era imposible que cada vez que veía su propio reflejo, esbozase una sonrisa tonta y ridícula. Dios, en serio, nunca creyó que estar y sentirse enamorado arraigaría a que se sintiese estúpido y tonto. Tampoco contó con que su mente se perdiese en pensamientos color rosa y dejase de prestar atención en los negocios. No, Santiago no podía continuar de esa manera y ansiaba poder hacer algo con carácter urgente si quería mantener su imagen de empresario eficaz y capaz. Sobre todo ahora que su padre había dejado entrever que dejaría el mando de la empresa y que sería él quien se ocupase de dirigir Metal Desing y a los miles de empleados distribuidos en las centenares de sucursales en todo el país.Era un trabajo para el cual se hab&ia
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