La oscuridad envolvía el bosque mientras Kian y yo avanzábamos, huyendo de la manada rival que, ahora más que nunca, deseaba nuestra cabeza. El frío mordía la piel, pero era nada comparado con el peso que sentía en el pecho. Cada paso que dábamos nos alejaba un poco más de todo lo que conocíamos, de todo lo que alguna vez consideramos seguro.
Pero lo peor de todo no era el miedo a ser capturados, ni la amenaza constante que acechaba desde las sombras. Lo peor era que, mientras huíamos, yo no podía dejar de pensar en todo lo que había dejado atrás. En todo lo que Kian y yo habíamos sacrificado. La manada rival nos odiaba, pero había algo más: un sentimiento profundo de desesperación que se estaba apoderando de mí.
K