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Capítulo 5. Loca demente

Sin embargo, como todo lo bueno dura poco, en el instante en que Luciana se dio la vuelta con una brillante sonrisa, se topó con su dichosa cuñada, que se acercaba con una mirada capaz de matarla. Y hasta ahí le llegó su fugaz momento de alegría, porque de inmediato esa chispa de felicidad se desvaneció por completo.

Nunca entendió por qué esa chica era tan odiosa con ella. Al principio, cuando la conoció, parecía una joven dulce y tierna, pero con el tiempo mostró su verdadero rostro. Claro está, solo con ella, porque frente a los demás miembros de la familia se comportaba como un ángel: dulce, cariñosa y comprensiva. Tanto así, que todos en esa casa terminaban creyendo que la malvada era ella.

Siempre intentaba hacer entender que no era ella la mala persona, que todas las cosas desagradables que ocurrían en esa mansión desde su llegada no tenían que ver con ella, sino con Olivia. Pero nadie le creía. Una y otra vez era Olivia quien la involucraba en todo, pero al no tener pruebas que demostraran su inocencia, quedaba como la culpable.

Esa era la verdadera razón por la cual no había logrado encajar en la familia de su esposo. Ya que cada vez que mencionaba el nombre de Olivia, Maximiliano la miraba con una expresión fría, cargada de desprecio. Sus cuñados actuaban igual, y ni hablar de su suegra, quien era la que más abiertamente le demostraba su odio.

Luciana todavía guardaba la esperanza de que, tarde o temprano, aquella familia se daría cuenta de quién era realmente Olivia. Pero su cuñada, que no tenía por qué seguir fingiendo cuando estaban a solas, se le acercó y le dijo con frialdad:

—Ya sé qué estás pensando en decirle a mi hermano que se vayan de la mansión.

Guardó silencio por unos segundos, esperando ver la reacción de Luciana, y luego continuó, con una sonrisa burlona:

—Déjame hacerte una pregunta primero: ¿de verdad crees que Max va a querer mudarse solo porque tú se lo pidas?

Luciana la miró y le respondió:

—Claro que sí. Soy su esposa y lo único que quiero es que tengamos nuestro propio espacio.

Sin embargo, mientras decía esas palabras, la pregunta que le había hecho Olivia comenzó a calar en su mente. Por primera vez, dudó. ¿Y si en realidad su idea era descabellada?

Solo porque en los últimos días había notado que Max le mostraba un poco de cariño, creía que él estaría de acuerdo con ella y dejaría a su familia a un lado.

Luciana, sumida en sus pensamientos, fue interrumpida por la risa macabra de Olivia quien le decía con tono venenoso:

—Vamos a hacer una apuesta. Si Max se encontrara en una situación en la que nos estuviéramos ahogando las dos... ¿a quién crees que salvaría?

Hizo una pausa cargada de burla, y sin esperar respuesta, continuó:

—Yo digo que, sin pensarlo, me salvaría a mí y ni siquiera te miraría. Solo espero que, con eso, finalmente entiendas a quién de las dos Max prefiere tener en su vida, enseguida, desvió la vista hacia al mar.

Luciana no quería responder a esa pregunta, pues no quería aceptar aquella verdad. Pero su corazón, al escuchar la respuesta de Olivia, se encogió con un leve dolor de pérdida, y de inmediato llevó su mano al pecho, acariciándolo suavemente.

En el fondo, muy dentro de su corazón roto, sabía la respuesta mejor que nadie.

Pero ahora tenía claro que debía alejarse de esa mala mujer. Ya que sabía que Olivia haría cualquier cosa para llamar la atención de su familia y, como siempre, terminaría culpándola a ella de sus locuras.

Lo mejor que podía hacer era irse de allí, alejarse lo más posible de esa demente… al menos hasta lograr convencer a su esposo de irse a vivir a otro lugar.

Luciana, que intentaba darse la vuelta para irse, se detuvo al escuchar la voz de Olivia detrás de ella, cargada de burla:

—No sabía que mi cuñadita me tuviera tanto miedo —dijo, soltando una risa macabra.

Luego, con tono desafiante, continuó:

—¿Por qué no quieres saber a quién de las dos salvaría Max? Y no me salvaría por ser su hermana... sino porque soy la única mujer a la que él ama con todo su ser. Si tú no te hubieras metido en nuestros caminos, mi familia ya habría aceptado nuestro matrimonio, y ahora seríamos felices.

—¿Por qué será que siempre me defiende delante de ti y jamás se pone de tu lado? ¿Acaso no recuerdas tu cumpleaños? Yo misma admití que fue mi culpa haber caído a la piscina... y aun así, ¿de qué lado se puso Max? ¿Ya lo olvidaste?

A Luciana, en aquel instante, se le frunció el entrecejo al recordar ese mal momento, su primer cumpleaños junto a su familia política.

Pero también era cierto que su esposo había cambiado en los últimos meses. Sabía que no la amaba como ella lo amaba a él, pero al menos ya no la trataba con la dureza de antes.

Aun así, frente a Olivia, siempre tenía todas las de perder. Y con esa certeza apretándole el corazón, supo que lo mejor era marcharse… aunque pareciera una cobarde, al menos estaría lejos de la mirada de su loca cuñada.

Porque buena de la cabeza no podía estar. Aunque Olivia no fuera hermana de sangre de su esposo, se habían criado juntos, y su suegra la trataba como a una verdadera hija. Estaba más que segura de que para sus dos cuñados, y para Maximiliano, Olivia era solo una hermana, nada más.

Con esos pensamientos intentando calmar su mente, volvió a girarse para marcharse de ese lugar. Pero antes de dar un paso, Olivia la sujetó con fuerza del brazo y, con un tono alarmante, comenzó a gritar

—¡No me vayas a tirar, por favor!

Acto seguido, la arrastró con violencia y se lanzó con ella al mar.

Mientras gritaba por auxilio, y como Luciana fue tomada por sorpresa, pues Olivia la había agarrado tan desprevenida que no le dio oportunidad de resistirse ni contrarrestar su fuerza.

Cuando logró reaccionar, ya era demasiado tarde. Solo alcanzó a sentir el golpe del agua contra su cuerpo, y luego… cómo comenzaba a hundirse, sin poder hacer nada para liberarse de aquella mujer loca que la arrastraba con ella hacia el fondo.

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