El sol estaba en su punto más alto cuando Isabela salió de su habitación, lista para enfrentar otro día en el paraíso convertido en prisión. A pesar del paisaje idílico, las tensiones y las emociones no resueltas la tenían agotada. No había visto a Leonardo desde la cena de la noche anterior, y la idea de encontrárselo, sabiendo que Camila estaba cerca, le generaba una mezcla de ansiedad y tristeza.
Sin embargo, lo que no esperaba era que Camila fuera directamente a buscarla. La encontró cerca del vestíbulo, observando distraídamente el mar que brillaba en el horizonte.
—Isabela —la voz de Camila sonó como un látigo, rompiendo la tranquilidad del momento.
Isabela se giró lentamente, notando de inmediato la expresión de triunfo en el rostro de Camila. Vestida impecablemente, con su usual porte de superioridad, Camila se acercó, dejando claro que tenía un propósito en mente.
—¿Qué quieres, Camila? —preguntó Isabela, con un tono cansado pero firme.
Camila se cruzó de brazos, su sonr