Leonardo Arriaga nunca había sido un hombre paciente. Siempre había obtenido lo que quería con solo extender la mano, pero esta vez… esta vez era diferente.
Después de semanas de búsqueda, finalmente había dado con ella.
Isabela estaba en un pequeño país lleno de cultura y paisajes mágicos. La encontró en una plaza central, rodeada de colores vibrantes y la calidez de la gente local. Llevaba un vestido azul claro, y el sol resaltaba la suavidad de su piel.
Pero lo que realmente lo impactó fue la luz en sus ojos.
Había algo diferente en ella.
Algo había cambiado.
Leonardo se quedó unos segundos observándola, sin saber si debía acercarse de inmediato o esperar. Sus manos se apretaron en puños. Isabela se veía serena, radiante, como si hubiera encontrado algo que con él jamás pudo tener: paz.
Pero no podía seguir viéndola de lejos. No podía estar sin ella.
Respiró hondo y se acercó.
—Isabela.
Ella se tensó al escuchar su voz. Sus labios se entreabrieron y, por un momento, crey