El sonido del lápiz golpeando el escritorio resonó en la lujosa oficina de Leonardo Arriaga. Con la mirada fija en los documentos legales frente a él, el hombre mantenía una expresión impenetrable, pero su mente estaba en caos.
"Divorcio."
Esa palabra no dejaba de resonar en su cabeza desde aquella mañana cuando Isabela lo había mirado a los ojos y, con la voz firme, había exigido su libertad.
—Es un error —murmuró para sí mismo, tomando un sorbo de su café negro.
A pesar de su orgullo y su carácter dominante, algo dentro de él se negaba a aceptar la idea de que Isabela dejara de ser su esposa.
Un ligero golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—Adelante.
Su abogado, Sergio Moretti, entró con su característico porte profesional.
—Señor Arriaga, ya he revisado los términos del contrato matrimonial, pero hay algunos puntos que necesitamos discutir en presencia de la señora Arriaga.
Leonardo entrecerró los ojos.
—¿En presencia de Isabela?
—Sí, algunas cláusula