Capítulo ochenta y ocho: Amenazas invisibles.
— — — — Narra Amy Carlson — — — —
Tantas horas a solas con Brad habían sido un oasis. Una burbuja perfecta donde solo existíamos él, yo... y nuestros tres milagros creciendo dentro de mí. Pero la calma absoluta nunca dura para siempre.
Esa noche, mientras dormía enredada en sus brazos, un golpe seco retumbó desde el exterior de la casa. Me desperté sobresaltada, sintiendo mi corazón galopar en mi pecho. Brad se tensó enseguida, sus músculos duros como acero.
—Quédate aquí —susurró apretándome contra el colchón con firmeza, besándome la frente como si fuera un escudo.
Vi cómo se ponía unos pantalones al vuelo y desaparecía en la oscuridad. Me quedé inmóvil, alerta, con todos los sentidos encendidos.
Los minutos pasaron como cuchillas. Finalmente, Brad volvió, con el ceño fruncido.
—¿Qué ha pasado? —susurré al verlo.
—Una piedra atravesó la ventana del comedor. No había nadie alrededor.
Sentí un escalofrío recorrerme la columna.
—¿Crees que