La entrada principal del centro comercial estaba iluminada por los rayos de sol de la tarde. Sofía empujaba su carrito con movimientos suaves, aún con la emoción latente del día anterior. Había defendido su tesis con firmeza y seguridad, y aunque su rostro mostraba una serenidad templada, aunque su tapado oculta las marcas de su amorío con Naven.
Pasó por la sección de perfumería, deteniéndose brevemente frente a un nuevo aroma de lavanda. Lo probó en su muñeca y sonrió apenas. Continuó su marcha por el pasillo central, ajena a lo que se aproximaba, hasta que una voz que conocía demasiado bien la detuvo en seco.
—Hola, Sofía.
La voz de Brenda, suave como terciopelo, la alcanzó por detrás como una brisa fría en pleno verano. Sofía se dio la vuelta con lentitud, conteniendo una punzada instintiva de incomodidad. Brenda estaba ahí, con ese estilo impecable que siempre la acompañaba: su cabello perfectamente ondulado, una blusa blanca entallada y unos labios que parecían esbozar una sonri