El silencio después de la tormenta era más inquietante que cualquier grito. La habitación seguía inmóvil, sumida en una tensión que se pegaba a las paredes, al aire, a la piel. El último cruce de palabras entre Sofía y Naven había dejado un campo de batalla invisible, pero latente, entre ellos.
Ella seguía firme, o al menos eso intentaba. Pero sus dedos estaban fríos y su garganta seca. Naven, en cambio, parecía una escultura de mármol. Quieto, elegante… hasta que dio el primer paso.
Y entonces todo se quebró.
Con una furia muda, contenida por demasiados días, Naven Fort alzó el brazo y descargó el puño contra la pared de mármol del cuarto. El sonido fue seco, brutal. Como un trueno encerrado en cuatro paredes. La vibración recorrió el piso, los muebles, el alma de Sofía.
El impacto fue tan fuerte que la sangre corrió de inmediato por sus nudillos, deslizándose roja y densa sobre la piel pálida.
Sofía dio un leve salto en el lugar. El miedo fue inmediato, instintivo. Pero no porque te