El cielo estaba gris, anunciando la posibilidad de lluvia, pero Sofía necesitaba salir. La noche anterior había sido otro campo de batalla dentro de su mente. No había dormido. Ni un segundo. Cada vez que cerraba los ojos, los besos de Naven volvían con fuerza, como si su cuerpo aún recordara el roce de sus labios antes que su propia voluntad pudiera defenderse.
Se puso un abrigo ligero y salió al jardín allí era su único lugar seguro, dejando que el aire fresco le despejara un poco la mente. El rocío de la mañana aún humedecía el césped. Caminó sin rumbo, con las manos en los bolsillos y la cabeza baja, intentando no pensar en lo obvio: Naven estaba ganando terreno dentro de ella.
Era tan contradictorio… Un hombre que la confundía con su frialdad y luego la arrasaba con su intensidad. Y lo peor era que su cercanía no le era indiferente. No ya.
—No puede seguir así —murmuró para sí, apretando los labios.
Entonces, se detuvo. Había escuchado una voz. No estaba sola en el jardín. Dio un