Las manos no dejaban de temblarme.
Llegué a mi escritorio en piloto automático, con la sonrisa pegada a la cara y el corazón golpeándome el pecho con tanta fuerza que me hacía vibrar la comisura de los labios. En cuanto me aseguré de que nadie me estaba mirando, saqué el teléfono del cajón de un tirón.
—Vuelvo en un momento —murmuré.
El baño estaba milagrosamente vacío.
Me metí en un cubículo, cerré con pestillo y apoyé la palma contra la fría puerta de metal para obligarme a respirar. Luego abrí el navegador y escribí el nombre en el que llevaba año y medio fingiendo no pensar.
Diego Morales.
La página tardó en cargar.
Se me cerró el pecho. Apreté los ojos con fuerza.
Por favor, que no esté casado.
Aquella noche regresó a mí en destellos: sus manos en mis caderas, su boca en mi cuello, la forma en que me había mirado como si yo fuera lo único que existía en la habitación.
Y luego… nada.
Ni un “sigamos en contacto”.
Solo una despedida educada que jamás me había sentado bien en el estómago.
Durante meses, la única explicación que tenía sentido era la peor de todas: que ya pertenecía a otra mujer.
Yo no me metía con hombres comprometidos.
Si siquiera hubiera sospechado que estaba con alguien, habría salido corriendo en dirección contraria aquella noche.
La página terminó de cargar.
Diego Grant Morales.
Empresario estadounidense. Inversionista. Heredero mediático.
Edad: 37 años.
Hijo mayor de Silas Morales.
Heredó Morales Communications Holdings en 2012.
Las palabras empezaron a emborronarse: imperio mediático, televisión, cine, inversiones globales.
Entonces apareció la cifra.
Patrimonio neto: 5.500 millones de dólares.
M****a.
Seguí leyendo.
Vida personal.
Extremadamente reservado, era conocido por su gusto por mujeres hermosas. Mantuvo una relación con Paula Ríos entre 2011 y 2015. No se le conocen relaciones personales desde entonces.
Me llevé la mano al pecho y solté el aire de golpe.
Gracias a Dios.
Hice clic en el enlace de Paula Ríos.
Apareció una avalancha de imágenes y sentí cómo la seguridad se me escurría entre los dedos.
Paula Ríos.
Editora en jefe de
British Vogue.
Hermosa de esa manera inalcanzable y sin esfuerzo; dinero, poder y linaje cosidos en cada fotografía.
Vida personal.
Hija mayor de cinco hermanos. Hija del político francés Corbin Ríos.
Comprometida con Diego Morales entre 2011 y 2015.
Actualmente mantiene una relación con Eduardo Santillán, abogado residente en Londres.
¿Comprometidos… estuvieron comprometidos?
Solté un suspiro pesado y cerré la búsqueda con fastidio.
Claro que salió con ella.
Era la maldita editora de British Vogue. ¿Cómo se suponía que yo compitiera con eso? A mí me había tomado tres años conseguir un puesto mediocre en Morales Communications.
Dios mío.
—¿Qué tal el recorrido? —preguntó Héctor, uno de mis compañeros.
—Bien —respondí con una sonrisa mientras abría el correo.
—¿Subiste a los pisos de arriba?
—Ajá. —Empecé a revisar los cinco mil correos que habían llegado en las dos horas que estuve fuera.
Madre mía, aquí no paraban.
—Cuando yo entré no pude ver las oficinas de dirección —comentó otra mujer. En su escritorio se leía el nombre Dafne—. Ese día no recibía visitas.
—Yo entré a su despacho, pero no estaba —añadió Héctor.
—¿De quién hablan? ¿De Diego? —fingí desinterés.
—Sí. ¿Llegaste a verlo?
—Sí. —Abrí un correo al azar—. Lo conocí.
Las palabras me supieron mal en la boca.
—¿Fue antipático? —Dafne frunció el ceño—. Todo el mundo le tiene pánico.
—No, estuvo bien. Estuve en su oficina y… normal.
—¿En su oficina? ¿Con él?
—Ajá. —Cállate ya.
—¿Qué hacen esta noche? —preguntó Dafne—. Mis hijos están con su padre. Pizza y cerveza suena perfecto.
—Me apunto —dijo Héctor.
—¿En serio? —pregunté, sorprendida.
—Tradición del primer día —sonrió Dafne—. ¿Te sumas?
Me encogí de hombros.
—Siendo que son las únicas personas que conozco en la Ciudad de México, ¿qué otra cosa iba a hacer?
—Pizza y cerveza, entonces.
Seguí desplazándome por la bandeja de entrada hasta que lo vi.
Diego Morales
Asunto: Reunión
El pulso se me disparó.
Miré alrededor antes de abrirlo.
Adriana,
Debe presentarse en mi oficina mañana a las 8:00 a. m. para una reunión privada.
Pase por seguridad e indique que viene a verme. Le permitirán el acceso a mi piso.
Diego Morales
CEO, Morales Communications
Ciudad de México
—¿Qué demonios…? —susurré.
—¿Qué pasa? —preguntó Dafne.
—Nada —respondí rápido, minimizando la pantalla.
Tecleé la respuesta con los dedos temblorosos.
Estimado señor Morales:
¿Desea que lleve a mi equipo?
Adriana
Golpeé el bolígrafo contra el escritorio, nerviosa, esperando.
La respuesta llegó casi de inmediato.
Adriana,
No.
No deseo ver a su equipo ni que informe a nadie sobre esta reunión.
Se trata de un asunto de carácter privado.
Diego Morales
Morales Communications
Ciudad de México
Se me abrieron los ojos de par en par.
¿De carácter privado?
¿Y eso qué demonios significaba?
Un recuerdo me atravesó como un latigazo: su voz grave en mi oído aquella noche.
Eres mía ahora.
Y aun así se fue. Me dejó completamente destrozada.
¿Qué quería un CEO multimillonario de su aventura de una noche —a solas—?
¿Y por qué mi cuerpo se estremecía de deseo mientras mi cabeza gritaba que huyera?