Skiller corría a través del bosque con Aisha en sus brazos, sus pasos firmes pero veloces como un susurro entre los árboles. Su habilidad sobrenatural lo mantenía un paso adelante del caos que se cernía sobre ellos.
El tiempo pareció quebrarse, cada hoja en el aire quedó suspendida como si una fuerza invisible hubiera detenido el mundo. Un escalofrío recorrió su espalda.
El bosque se desvaneció a su alrededor sin previo aviso. El aire se tornó denso, cargado de un hedor metálico. La luz roja vibraba, latiendo como si el mismísimo suelo respirara. A lo lejos, un gruñido primigenio reverberó, como si algo más que las llamas aguardara en la penumbra.
El suelo bajo sus pies se desplomó de repente, arrastrándolo a un abismo sin fin. A su alrededor, un laberinto de llamas azules comenzó a formarse, su resplandor revelando pasillos interminables que ardían con furia ancestral.
—Esto no es posible... —susurró Skiller, sintiendo el peso de una voluntad ajena presionando su mente, como si algo,