28. JUEGOS Y UNA CELDA
No me gustó el lugar desde el primer segundo.
Desde afuera parecía un edificio de oficinas cualquiera. De esos donde los humanos arrastran sus miserables vidas de nueve a cinco, con café barato y sueños rotos. Pero bastó cruzar la entrada para saber que ahí dentro no se respiraba burocracia, sino control.
Ni mármol, ni alfombras, ni símbolos de nuestra historia. Solo metal, concreto… y un silencio que se espesaba con cada paso. Las miradas se clavaban en mí. Algunas con sorpresa. Otras, con desdén. Ninguna bienvenida.
No reconocí a los licántropos con los que me crucé. Deben de ser los ocupantes de esos cubículos estériles que se reparten como jaulas administrativas por el edificio. Esperaba que me condujeran directo a una sala de interrogatorio, pero en su lugar me dejaron en una celda blanca, aséptica, sin alma.
—Aquí pasarás la noche —dijo el Beta Clark, sin molestarse en fingir cortesía.
¿La noche? ¿Me iban a encerrar sin siquiera darme voz? Di un paso al frente, dispuesto a exigi