Nos acercamos hasta donde el sacerdote griego había montado un altar al pie del templo.
Dan tomó mi brazo, y me condujo hasta allí. Y el hombre comenzó a hablar.
—¿Vienen por su propia voluntad? —preguntó y ambos respondimos:
—Sí.
—Nos encontramos en el Templo de la Diosa Afrodita Pandemos, para que estos dos amantes sean cubiertos con su cálido manto y les brinde una vida de amor y deseo. Que en su mesa jamás falte el pan y que la prosperidad abunde en su casa. Que su descendencia sea grande y la llama de su pasión jamás se extinga. ¿Tienen sus votos?
—Sí —respondió mi adonis, se giró para ponerse frente a mí y mirarme a los ojos. Agarró mis manos entre las suyas.
—Desde la primera vez que vi tus hermosos ojos, supe que mi vida cambiaría por completo. No hay un solo minuto de