La orden golpeó como una bomba. Como las bombas que instalo en los autos de los hermanos de David ese mismo día. El ruso se retorció en las manos de los guardias, la rabia le brotaba por los ojos; su respiración era una cadena de frustración.
Caleb sintió el estómago hundirse. El absurdo y la crueldad del pedido le revolvieron el alma.
Milán, con la mirada ya desencajada por el miedo, titubeó. El brillo en sus ojos se quebró entre la lealtad filial y la supervivencia. El instante aterrador, los segundos que parecieron eternidades, el tiempo se paralizó en el muelle que anunció más derramamiento de sangre.
Caleb observó las manos y el cuerpo de Milán temblando por la petición de David que, aunque no pasaron mas que quince segundos, fue suficiente como para darse cuenta de que Milán no actuaria en contra de su padre.
Caleb se abrió paso, escasos diez pasos de donde se encontraba David, mencionando de manera distante y con un frio calculador que embargo el sentimiento de su cuerpo helado