El aire del anochecer golpeó el rostro de Rous cuando salieron del edificio. El cielo, teñido de un tono claroscuro, parecía anunciar que algo ¿quizás el destino mismo? Acababa de moverse en silencio.
Caleb caminaba junto a ella en silencio, aún con el contrato doblado bajo el brazo. Su expresión era de aparente calma, pero sus ojos reflejaban algo distinto: determinación, orgullo… y una chispa de esperanza.
Rous lo miró de reojo, intentando descifrar lo que sentía. Por un momento pensó que, quizá, por fin estaban del mismo lado.
Pero antes de poder decir una palabra, una voz resonó tras ellos: —¡Caleb! ¡Un momento, por favor!
Ambos se giraron. Milán bajaba apresuradamente las escaleras de mármol, con su chaqueta aún desabrochada, el paso firme, la sonrisa impecablemente calculada.
Rous lo reconoció de inmediato: ese era el Milán que no dejaba nada al azar.
—Olvidaba algo —dijo mientras se acercaba. Su tono era amable, pero su mirada era una advertencia velada.
Caleb lo miró con desco