Una semana después, Brany se encontraba en una estación de tren en Helsinki. El frío aquí era diferente al de San Petersburgo; era limpio, agudo, impersonal. Había elegido Finlandia por su anonimato y su distancia de todo lo ruso. Con el dinero que Iván, actuando por su propia cuenta y lleno de remordimientos, le había conseguido de sus ahorros, tenía para unos meses. El tiempo para respirar, para no ser la protegida, la engañada, la amante de nadie.
Estaba comprando un café y un panecillo en una cafetería luminosa cuando un hombre se sentó en la mesa de al lado, dejando caer un periódico finlandés. Brany apenas le prestó atención, hasta que una foto en la portada del periódico la paralizó.
Era una foto de Andrey. Pero no la de un magnate triunfante. Era una imagen tomada aparentemente a escondidas, en la que él salía de los juzgados de Moscú, rodeado de abogados y con el rostro sombrío, marcado por una tensión nueva. El titular, en finés, era críptico, pero reconocía su nombre: "Volk