Decir que Malakai estaba desesperado ante la situación que vivía era quedarse cortos. Incluso después de varias horas encerrado en la fría celda del pueblo, la inquietud de Natalie seguía palpitando a través del vínculo que los unía, como si una serpiente helada se enroscara con fiereza en torno a su corazón, apretando cada vez más. El eco de su dolor y su angustia viajaba por su pecho y le quemaba por dentro, pero él se obligaba a no dejarse arrastrar por la desesperación. Sabía que perder la calma solo jugaría en su contra; necesitaba mantener la compostura, aferrarse a su razón y a la esperanza de probar su inocencia. Solo así podría volver a ella, a su luna, y protegerla de la tormenta que se cernía sobre ambos.
—Por un demonio Nicky, sabes que sería incapaz de atentar contra Magnus, tú me conoces, no puedes creer esto de lo que se me acusa. —insistió apenas vio al comisario de pueblo ingresar al sector de la celda.
—Lo sé Malakai, créeme que lo sé, pero órdenes son órdenes, las l