Capítulo 59 — Sombras en el Baile del Palacio Real
La noche londinense se vistió de gala. Virginia observaba el esplendor del salón desde lo alto de la escalinata principal. El brillo de los candelabros se reflejaba sobre los mármoles blancos. A su lado, Clara ajustaba los pliegues de su vestido celeste con calma, y el conde Derby, siempre impecable, las acompañaba con la serenidad de quien ha visto demasiadas temporadas sociales como para dejarse impresionar.
— Recuerden, mis queridas —dijo el conde antes de despedirse—, ningún baile merece lágrimas, pero sí puede merecer un buen recuerdo.
Virginia sonrió con ternura y asintió. Esa frase la acompañaba en cada evento desde su llegada a Londres.
Su tarjeta de baile estaba, como siempre, completa. Había aceptado varios compromisos, algunos por cortesía, otros por genuino agrado. Pero había reservado un lugar especial, uno que había dejado en blanco durante toda la tarde hasta que finalmente escribió un nombre con letra temblorosa: Marqu