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Capítulo 3 — El vuelo hacia Londres

Capítulo 3 — El vuelo hacia Londres

El reloj marcaba las 7:00 AM cuando Virginia se despertó con una sacudida. El día había llegado, y aunque su cuerpo estaba listo para el viaje, su mente seguía dando vueltas como un torbellino. Era difícil creer que todo aquello estaba sucediendo. Había sido tan impulsiva, tan determinada, pero en ese momento, mientras el sol apenas comenzaba a asomar por las ventanas de su apartamento, la ansiedad la envolvía como una manta pesada. Esta era la primera vez que tomaría un avión, y aunque había hecho todo lo posible para prepararse —revisado su lista de cosas que no olvidar cinco veces, hecho maletas con días de anticipación, incluso con la ropa que su madre y su abuela insistieron en que comprara—, no podía dejar de sentirse nerviosa.

El apartamento estaba en silencio, y Virginia se sentó al borde de la cama, mirando la maleta abierta. Tenía todo lo que pensaba necesitar: los zapatos cómodos para caminar por la ciudad, la bufanda nueva que su abuela le había comprado, su pasaporte y, por supuesto, el libro que no pensaba dejar de leer ni un segundo. Unas cuantas camisetas, su abrigo de lana, y los rollos de fotos de polaroid con los que pensaba atesorar recuerdos. Pero a pesar de todo, la incertidumbre de lo desconocido seguía dándole vueltas en el estómago.

—Una vez más… —susurró para sí misma, mientras revisaba la lista de cosas por hacer antes de salir. No había forma de que olvidara algo importante.

Ya había llamado al taxi que la recogería en unas horas y había dejado el departamento tan ordenado como le fuera posible. Todo estaba en su lugar, desde el café que había dejado preparado para el desayuno hasta las luces apagadas. Su madre y su abuela se habían encargado de que tuviera la mejor ropa posible para el viaje, algo que había resultado en una tarde de compras que, aunque agotadora, había tenido un toque de alegría. Se había sentido como una niña, dejando que su madre le eligiera un abrigo elegante y su abuela le comprara un sombrero de lana que parecía sacado de una película de los años 40. Era la primera vez que viajaba sola, y quería sentir que llevaba consigo algo que le recordara a las personas que siempre estuvieron ahí para ella.

A las 10:00 AM, todavía sentada en su escritorio en la oficina, Virginia casi no podía creer que estuviera resolviendo un problema de último minuto. Había prometido que no llevaría trabajo ni el celular, pero un contratiempo inesperado había alterado su plan de escape. Uno de los casos más importantes del bufete había tenido un contraataque, y todo el trabajo previo parecía haber quedado en vano. El equipo se vio obligado a replantearse la estrategia, y ella, como siempre, se metió de lleno en la solución.

Al principio, la ansiedad que sentía por el viaje desapareció por completo al sumergirse en el mar de papeles y correos electrónicos. Pero no podía evitar mirar la hora, y al recordar lo que significaba este día, sus nervios volvieron a fluir en su pecho. Aún quedaban siete horas para el vuelo, pero de alguna manera, los minutos se sentían más largos.

Virginia ignoró por completo la presión de los casos legales. Sabía que al final podría resolverlo. A lo largo de su carrera, había aprendido a mantener la calma en los momentos más intensos, y esta vez no sería la excepción. A las 12:00 PM, finalmente logró dejarlo todo lisot, dejando claro que el equipo podría continuar sin ella en las siguientes semanas. Respiró hondo, se levantó, apagó la computadora y recogió la maleta. Era el momento de salir. Dejar atrás el estrés, los plazos y las expectativas.

Se subió al taxi con una sonrisa nerviosa. El tráfico parecía aún tranquilo a esa hora, y en el camino hacia el aeropuerto, comenzó a notar cómo todo alrededor de ella se desvanecía. Esta no era la ciudad que conocía: la angustia del trabajo y las obligaciones comenzaban a quedar atrás. El tiempo parecía ralentizarse.

El aeropuerto la recibió con la usual calma de los viajeros habituales, pero para Virginia todo era nuevo: las pantallas de vuelos con sus horarios de arribos y despegues, las tiendas de recuerdos y de productos en mini talla. El estrés comenzó a mezclarse con la excitación. No era solo un viaje, era un sueño por cumplir.

Con la agilidad que la caracterizaba, logró registrarse en su vuelo y hacer el check-in en un tiempo récord. La fila en migraciones estaba tranquila, y pasó por seguridad rápidamente. Cuando salió a la zona de espera, ya faltaba poco para abordar. Caminó con paso firme hasta la pequeña cafetería de la terminal, decidió sentarse y disfrutar de un café con leche, mientras observaba los aviones despegar y aterrizar en la pista. Aquella escena la relajó por completo. La gente corriendo, las azafatas que caminaban por los pasillos, los anuncios que sonaban por los altavoces… todo parecía encajar perfectamente.

Sacó su diario de viaje y comenzó a escribir, con la misma birome que había usado durante los últimos años para escribir pensamientos dispersos. Era una nueva tradición, algo que siempre había querido hacer: un diario de viaje.

"Este es mi primer vuelo. No sé si es la emoción o los nervios, pero todo se siente más grande de lo que imaginé. Cada minuto que pasa, siento que el tiempo se disfraza de algo más hermoso. Estoy sola, pero no me siento sola. Me siento como si estuviera en medio de algo extraordinario."

Cuando por fin abordó el avión, una pequeña sorpresa la esperaba: la suerte de los principiantes hizo su aparición. Le asignaron un asiento en clase ejecutiva, y su asiento junto a la ventanilla la hizo sentir como si estuviera dentro de una película. El personal de vuelo la recibió con una copa de champán y frutos secos. "Por ser su primer vuelo", le dijeron. Virginia apenas podía dejar de sonreír.

El despegue fue suave, y mientras el avión comenzaba a ascender, miró por la ventana como la ciudad de su vida cotidiana se iba desvaneciendo debajo de ella. La sensación de estar volando, flotando sobre todo, era tan diferente a cualquier otra cosa que hubiera experimentado.

El vuelo transcurrió tranquilo, y Virginia pudo descansar en su asiento más cómodamente de lo que había imaginado. Se acomodó, cerró los ojos y dejó que el sonido del avión y la música suave que comenzaba a sonar de fondo la arrullaran. Por un momento, todo lo demás desapareció. Ya no había juicios, clientes o plazos. Solo había espacio y tiempo para ella misma.

Cuando finalmente aterrizó en Londres, la ciudad la recibió con el frío típico de otoño, una llovizna ligera que no hizo más que añadir un toque de magia a su llegada. Aunque la noche ya se había instalado, no pensó ni por un segundo en descansar. Tomó un taxi en la salida del aeropuerto, y mientras cruzaba las calles con el tráfico iluminado por las luces de la ciudad, pensó que Londres nunca podría dejar de ser una promesa cumplida.

Al llegar al pequeño hotel que había reservado, se sintió aliviada de tener un lugar donde quedarse, pero su espíritu de aventurera la impulsó a salir a explorar, a sentir la vibrante energía de la ciudad.

Caminó por las calles empapadas por la llovizna, sin preocuparse por el frío que calaba sus huesos, simplemente disfrutando del momento. Encontró un pequeño restaurante de pescado y papas fritas, el clásico "fish and chips" que tanto había esperado probar. Allí, en medio del bullicio de la ciudad y con una bebida caliente en las manos, pensó que había tomado la decisión correcta.

De regreso al hotel, ya exhausta, continuó escribiendo en su diario: "Londres me recibe con lluvia y frío, pero estoy feliz. He llegado. Este es el comienzo de algo que no puedo prever, pero que estoy lista para vivir."

Antes de acostarse, envió un mensaje a su madre, contándole que había llegado bien, y con una sonrisa en el rostro, apagó la luz y se metió bajo las sábanas. Esta vez, no había más preocupaciones ni prisas. Todo estaba en su lugar. Y al cerrar los ojos, supo que este viaje no solo sería una desconexión. Era el inicio de algo mucho más grande.

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