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Capítulo 4  — Un encuentro inesperado

Capítulo 4 — Un encuentro inesperado

El sol de Londres parecía haber abrazado la ciudad ese día, filtrándose a través de las nubes bajas que aún cargaban con la humedad de la mañana. Era su segundo día en la ciudad, y Virginia despertó con la energía renovada de una viajera que comenzaba a conocer los pequeños secretos del lugar. Después de un desayuno ligero en el hotel, decidió comenzar su día como turista, sin planes estrictos, solo dejándose llevar por la magia de la ciudad.

En la esquina de la calle, un colorido autobús turístico la estaba esperando, con su techo descubierto, listo para llevarla a recorrer los principales puntos de la ciudad. Subió, encontró un asiento al frente y, mientras el autobús comenzaba a moverse, Virginia se asomó al borde del asiento, cámara en mano, lista para capturar cada momento.

El recorrido fue como un desfile de monumentos y edificios emblemáticos: el Palacio de Buckingham, el London Eye, el Big Ben, la Torre de Londres… Cada parada era una nueva oportunidad para tomar fotos, algo que Virginia había comenzado a disfrutar más de lo que había anticipado. La ciudad estaba llena de historias, y ella las veía como imágenes, colores y detalles que podía llevar consigo en cada disparo.

Algunas veces, cuando el autobús hacía una pausa para que los turistas pudieran bajar y explorar por unos minutos, Virginia aprovechaba para sentarse en una cafetería cercana o en algún banco, donde continuaba escribiendo en su diario. En esos momentos, el ruido de la ciudad se desvanecía y se centraba completamente en sus pensamientos, relatando lo que estaba viviendo.

"Hoy Londres me parece más acogedora de lo que imaginé. Los colores del otoño parecen estar pintados en cada rincón, y el viento tiene un toque de nostalgia. La gente camina tan rápido, pero hay algo en este caos ordenado que me hace sentir tranquila, como si cada paso tuviera un propósito."

Cuando llegó la tarde el cielo se había cubierto con tonos rosados y naranjas, y Virginia se encontraba caminando por una de las avenidas más tranquilas, observando las vitrinas de las tiendas. Un pequeño boutique de antigüedades le había llamado la atención, y no pudo evitar detenerse para admirar los objetos dentro.

Mientras su mente divagaba entre las curiosidades que había en la vidriera, algo que no había previsto ocurrió: de repente, escuchó el rugir de un motor acercándose a gran velocidad, y al levantar la vista, se dio cuenta de que había cruzado la calle sin percatarse de que estaba en la vía verde, justo cuando un coche estaba a punto de atropellarla.

El susto fue inmediato, y en un parpadeo, alguien la agarró por los brazos, tirándola hacia atrás y evitando que el auto la golpeara. El impacto del rescate la dejó desorientada, pero agradecida.

—Tienes que mirar a ambos lados de la calle antes de cruzar —dijo el joven en tono burlón, como si lo que acababa de suceder fuera algo divertido.

Virginia, con el corazón aún acelerado, levantó la mirada y se dio cuenta de que el chico que la había salvado estaba sonriendo, pero de una forma suave, como si lo que había hecho fuera lo más natural del mundo.

—Gracias, y perdón —respondió Virginia, algo avergonzada. —Estaba distraída con aquella vidriera.

—¿Eres turista? —preguntó él, observando con curiosidad la cámara en sus manos.

Virginia, sonriendo tímidamente, asintió.

—Sí, ¿se nota mucho? —respondió, tocando ligeramente el lente de su cámara.

El joven rió ligeramente, mirando a su alrededor.

—Bueno, has estado tomando fotos de todo lo que se cruza en tu camino. He caminado dos cuadras y no has dejado de hacer clic.

Virginia se sintió más roja de lo que le gustaría admitir. No era exactamente un tipo de persona que se dejara atrapar en una conversación tan fácilmente, pero había algo en él que la desconcertaba, algo que la hacía sentirse curiosa, incluso atraída por esa seguridad en su tono.

—Sí, estoy escribiendo un diario de viaje —respondió, tratando de explicar la excusa para su comportamiento.

—Ah, ¿eres escritora? —preguntó él, frunciendo el ceño como si pensara que, con esa cámara y esa actitud, Virginia debía ser una narradora de historias.

Virginia negó con la cabeza.

—No, soy abogada. Pero me gusta escribir sobre lo que vivo.

El chico la miró con una sonrisa traviesa.

—Bueno, en ese caso… ¿quieres tomar algo caliente conmigo? Te he salvado la vida, así que lo menos que puedes hacer es invitarme a un café, ¿no?

Virginia pensó por un momento. No era de las personas que aceptaban invitaciones de extraños, pero había algo en su mirada, algo en su forma de hablar que la hacía sentir que, quizás, no estaba tomando el riesgo que pensaba. En ese instante, una pequeña chispa de curiosidad la impulsó a decir sí.

—Está bien. Vamos, pero no me hagas arrepentirme de esto.

—Prometido —respondió él con una sonrisa aún más amplia. —Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Virginia —contestó ella, con un tono suave.

—Virginia… qué bonito. Yo me llamo Arturo —dijo, inclinando la cabeza con una mezcla de respeto y diversión. —Y ahora estoy a tu servicio.

Sin dar tiempo a que pudiera responder, Arturo la condujo por un par de callejones llenos de encanto. A medida que se adentraban en la ciudad, Virginia se dio cuenta de que Londres tenía rincones escondidos que ni siquiera los guías turísticos mencionaban. Las luces de las farolas titilaban suavemente mientras caminaban, y el sonido de sus pasos sobre el pavimento empedrado hacía que todo pareciera salido de una película.

Finalmente, llegaron a un pequeño restaurante oculto entre las sombras de los edificios. Era acogedor, con una decoración de madera oscura y una atmósfera tranquila que invitaba a quedarse por horas. Se sentaron junto a una ventana, donde la vista de la calle les ofrecía un panorama de la ciudad iluminada en todo su esplendor.

La cena fue deliciosa, y la conversación fluía sin esfuerzo. Hablaron de todo y de nada: Virginia le contó sobre su trabajo como abogada, las razones que la habían llevado hasta Londres, y cómo sentía que necesitaba un cambio, un respiro. Arturo le habló sobre su vida en Londres, sobre su familia y los sueños que todavía perseguía, y la manera en que había llegado a sentirse parte de la ciudad.

Las horas pasaron sin que se dieran cuenta, como si el tiempo hubiera dejado de ser importante para ellos. A veces, cuando la conversación se calmaba, Arturo la miraba fijamente, como si estuviera intentando entender algo más allá de sus palabras. En esos momentos, Virginia sentía una conexión extraña, un interés que no podía explicar.

Al final de la noche, Arturo la acompañó hasta su hotel. El aire fresco de la noche le daba un toque mágico a todo lo que había vivido en ese día. Antes de despedirse, se miraron con una complicidad silenciosa.

—Nos vemos mañana —dijo Arturo, como si ya estuviera seguro de que su destino estaba ligado de alguna manera.

Virginia, con una sonrisa tímida, asintió.

—Sí, hasta mañana.

Cuando entró a su habitación, cerró la puerta y se recostó en la cama. Su mente aún estaba llena de la cena, de las historias compartidas, de la cercanía inesperada con un extraño que, por alguna razón, parecía entender más de lo que ella esperaba.

Con el lapiz en la mano, comenzó a escribir en su diario:

"El segundo día ha sido mejor que el primero. He conocido lugares hermosos, pero lo más inesperado fue el encuentro con Arturo. ¿Será este solo un encuentro pasajero, o algo más? No sé qué esperar, pero estoy lista para ver qué más tiene Londres para mí."

Y con una sonrisa en los labios, apagó la luz y se sumió en el sueño, esperando con emoción lo que el tercer día le depararía.

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