Los días previos a su viaje fueron un torbellino de trabajo. Virginia tenía el calendario repleto de citas y reuniones, pero lo que más le preocupaba era un caso que había tomado a regañadientes. La mujer se llamaba Miriam, y aunque no tenía dinero para pagarle, Virginia aceptó defenderla. No era algo que hiciera con frecuencia, pero cuando vio la desesperación en sus ojos, supo que no podía decirle que no.
Su esposo, un hombre con dinero y poder, se la había llevado a los niños. Ella no tenía medios para luchar por la custodia. Había sido una madre ejemplar durante años, pero los tribunales no estaban de su lado. Virginia sabía que era una batalla difícil. No solo porque las probabilidades de ganar eran escasas, sino porque el dinero y la influencia del marido podían doblar la balanza.
Aun así, decidió tomar el caso. No era solo por los niños, ni por la justicia. Era por ella misma. Porque, a pesar de su desconfianza hacia los hombres, había algo en ese caso que la conmovía profundamente. No podía permitir que una madre perdiera a sus hijos solo porque no podía costear una defensa adecuada. Era su forma de luchar contra el sistema, de demostrar que el derecho no podía ser comprado por los más poderosos.
Esa mañana, después de firmar un acuerdo de pago simbólico con Miriam, se sentó frente a su computadora. Tenía que cerrar ese caso antes de tomarse unos días para ella. Sus vacaciones en Londres ya estaban confirmadas, pero no podía irse con la sensación de haber dejado algo sin terminar. Era su naturaleza: siempre dejaba todo en orden.
El reloj en su escritorio marcaba las 10:30 AM cuando levantó el teléfono para llamar a la secretaria y pedirle que le pasara a su jefe.
—Doctor Conrado, ¿tiene un momento? Necesito hablar con usted sobre el caso Miriam Ferreira —dijo con tono firme, pero controlado.
Su jefe atendió de inmediato. "¿Miriam Ferreira? ¿La de la custodia de los niños? Ya te dije que eso no tiene solución. Es una causa perdida."
Virginia, sin embargo, no era de las que se rendían fácilmente.
—Voy a pelearla. Sé que no es una causa sencilla, pero no podemos permitir que esta mujer pierda a sus hijos solo porque no puede pagar. Acepté hacerlo.
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea. Conrado Gabriel no era conocido por ser un hombre de principios, sino por su pragmatismo. Finalmente, respondió con su característica frialdad.
—Lo que hagas está bien, Márquez. Pero recuerda que tu tiempo también tiene un costo. Haz lo que creas conveniente, pero este bufete no va a cubrir tus gastos.
Virginia suspiró aliviada. Sabía que estaba tomando un riesgo, pero ya había aceptado que a veces tenía que sacrificar algo personal para hacer lo correcto.
Colgó el teléfono, se recostó en su silla y observó la pila de expedientes sobre su escritorio. El caso de Miriam era solo uno de los muchos casos complicados que tenía que gestionar. Pero sabía que su esfuerzo valdría la pena. Los días siguientes serían una mezcla de trabajo frenético y marcos legales, todos enfocados en asegurar que ella pudiera reunirse con sus hijos.
Cuando finalmente terminó de organizar todos los documentos para el caso Ferreira, fue a la oficina de su jefe. Entró, firme como siempre, con la certeza de que había hecho todo lo que podía. El viaje a Londres no solo se había convertido en un escape, sino en un premio a su dedicación. Cuando lo miró, no pudo evitar notar una ligera sonrisa en su rostro.
—Virginia, antes de que te vayas… ¿cómo están las cosas con la causa de la señora Ferreira?
—Todo en orden. Ya tengo listo todo el expediente. Puedo delegar los últimos detalles a los asistentes. El juicio está echado para dentro de dos semanas, así que dejaré todo atado antes de irme.
—Perfecto. Aunque me parece que te vas a extrañar de esta oficina mientras estás en Londres —dijo Conrado, algo que podría haber sido una broma, si no fuera porque estaba tan fuera de lugar en su tono habitual.
Virginia sonrió ligeramente.
—Eso lo veremos cuando regrese.
Finalmente, se levantó y dirigió sus pasos hacia la salida de la oficina. Por primera vez en mucho tiempo, sintió una leve sensación de alivio. Estaba dejando todo listo, como le gustaba, sin que nadie pudiera reclamarle que había dejado cabos sueltos. La sensación de haber cumplido con sus responsabilidades la reconfortaba.
La tarde que tomó la decisión de contarle a su madre y abuela sobre su viaje, Virginia sentía la mezcla de excitación y miedo que siempre le acompañaba cuando tomaba una decisión importante. No sabía exactamente por qué, pero este viaje parecía más significativo que cualquier otro. Era como si, de alguna forma, estuviera desafiando todo lo que había aprendido a lo largo de su vida.
Llamó primero a su madre.
—Hola, mamá. Quería contarte algo —dijo, con una ligera sonrisa en los labios—. Me voy a Londres.
Hubo un silencio al otro lado de la línea. Virginia esperaba una respuesta inmediata, pero se dio cuenta de que su madre probablemente se estaba tomando un momento para procesar.
—¿Londres? —preguntó Laura, algo sorprendida—. ¡Pero si nunca has ido fuera del país! ¿Cuándo?
—Dentro de dos semanas. Ya compré los pasajes. Va a ser solo por dos semanas, pero necesito desconectarme un poco, mamá. Es algo que siempre quise hacer.
Entonces, Maria Dolores no pudo evitar reír, una risa llena de felicidad genuina.
—¡Eso es maravilloso, hija! Estoy tan feliz por ti. Te lo mereces.
Virginia cerró los ojos, sintiendo una mezcla de calidez y una extraña sensación de nostalgia. Su madre nunca le había mostrado tanto entusiasmo por algo que no fuera trabajo. La lucha por darles lo mejor a su hija había sido siempre su prioridad, pero tal vez este viaje representaba algo más: el primer paso para que Virginia dejara de ser la hija que lucha para salvar a todos, y se convirtiera en una mujer que se permitiera ser feliz.
Luego llamó a su abuela. Ella siempre había sido un pilar fundamental en su vida. Cuando le dio la noticia, Catalina también estalló de alegría.
—¡Qué bien, Virginia! Estás haciendo lo que nunca imaginamos en nuestra familia. Las tres, tu madre, tu abuela y tú, soñábamos con recorrer el mundo. ¡Y mira, lo estás logrando!
—Sí, abuela. Nunca imaginé que sería yo quien lo hiciera. Pero siento que es el momento. Me voy a perder por ahí, sin responsabilidades, sin nada que hacer excepto disfrutar.
—¡Te va a cambiar la vida, hija! No dejes de disfrutarlo.
Virginia se quedó mirando su teléfono después de colgar. Su madre y su abuela estaban felices. Lo que parecía una decisión tan pequeña para el mundo, era un hito para ellas. Habían trabajado toda su vida para que ella pudiera tener la oportunidad de volar. Y ahora, finalmente, lo estaba haciendo.
Esa misma tarde, con una sonrisa, Virginia comenzó a preparar su itinerario. Abrió la computadora, buscó en G****e “cosas que hacer en Londres” y se permitió soñar, aunque sólo fuera por unos días. Reservó un par de hoteles, leyó sobre la Torre de Londres, los museos, y decidió que pasearía por Hyde Park. Quería ver una ciudad diferente, respirar el aire que no fuera el de las oficinas y los tribunales, perderse en las calles de una ciudad tan cargada de historia.
Se despertó al día siguiente con una sensación que no había tenido en años: libertad. Y no podía esperar para subirse al avión.