Capítulo 96 — Advertencias veladas y ecos de familia
El despacho del conde de Derby apenas había recuperado el silencio tras la partida de Virginia cuando un golpe seco y decidido resonó en la pesada puerta de roble. El conde, que permanecía de pie frente a la chimenea observando cómo las llamas consumían un tronco de leña, no se giró de inmediato. Sabía quién era. Había citado al joven Esteban Neville con la misma urgencia con la que había recibido a su pupila, aunque por motivos radicalmente distintos.
— Adelante —dijo con voz grave, girándose finalmente para encarar la entrada.
La puerta se abrió y Esteban Neville entró. Su figura, habitualmente relajada y jovial, se notaba tensa esa noche. Llevaba el traje de cena ya puesto, impecable, pero había en su mandíbula una rigidez que delataba su estado de ánimo. Sabía que esta no era una invitación social; era una citación.
— Señor —saludó Esteban con una reverencia corta, casi militar—. Me llegó su nota indicando que me esperaba en su