La promesa de Ashen —"Ahora, te enseñaré a cazar sombras"— quedó suspendida en el aire helado del claro, cargada de un peso ominoso que silenció incluso el viento. El orgullo que había sentido por mi avance, por haber unificado mis dos mitades en un arma fluida, se evaporó, reemplazado por un frío que no tenía nada que ver con la temperatura.
—¿Cazar sombras? —pregunté, mi voz sonó más frágil de lo que me hubiera gustado—. ¿A qué te refieres? ¿Hablas del encapuchado que vi en el despacho del Alfa?
Ashen asintió lentamente, sus ojos grises fijos en la profundidad del bosque como si viera cosas que yo no podía percibir. —Él es una de ellas. La más poderosa que he sentido en estas tierras. Pero no es el único. Las sombras no son lobos, Naira. No son individuos. Son una corrupción, un veneno para el alma del mundo. Se alimentan del miedo, de la traición y del caos. Y tu clan se ha convertido en su nido.
Mi sangre se heló. Su descripción era demasiado precisa, demasiado real. Hacía eco de