El amanecer no llegó de golpe.
No hubo una línea clara entre la noche y el día, como si el cielo mismo dudara de merecer la luz después de lo ocurrido. Las sombras se fueron adelgazando poco a poco, retirándose de los árboles y de los cuerpos cansados que permanecían en el claro sin saber todavía si tenían permiso para descansar.
Umbra Lux seguía despierto.
No por vigilancia.
Por imposibilidad.
El círculo grabado en la tierra ya no brillaba con intensidad, pero seguía ahí, visible si uno sabía dónde mirar. Algunos lobos evitaban cruzarlo incluso al moverse para sentarse o estirar las piernas. Otros lo observaban con una atención casi reverente, como si temieran que un solo paso mal dado pudiera volver a despertar algo que apenas habían logrado contener.
Yo permanecí donde estaba.
No en el centro del claro, pero tampoco retirada. No necesitaba ocupar un lugar simbólico. El espacio se había reordenado solo, de una manera extraña, silenciosa. Las miradas ya no se dirigían automáticamente