El charco de sombras tembló, contrayéndose con un movimiento casi orgánico, como si tuviera un corazón propio latiendo bajo una piel que jamás debió existir. No era simplemente un residuo del monstruo: era una semilla. Una puerta. Un eco de algo mayor. Y Hecate dio un paso hacia nosotros mientras la noche entera parecía inclinarse en su dirección, como si el bosque hubiera reconocido a su dueña o, peor aún, como si reconociera que no podía oponerse a ella sin quebrarse por completo.
Sus manos aún estaban elevadas, rígidas en el aire, pero ya no temblaban de esfuerzo. Temblaban de furia. Una furia antigua, profunda, sostenida por una magia que nunca debió pisar este territorio. Su rostro, que hasta ese instante había sido una máscara fría, controlada, calculadora, se contrajo en una expresión apenas humana. Las comisuras de sus labios tiritaron como si estuviera conteniendo un impulso que solo su propio orgullo podía sujetar.
—Eso… —escupió con un siseo doble, una voz que no era solo s