El amanecer llegó sin pedir permiso.
No entró con suavidad ni con el brillo rosado de los días tranquilos. Amaneció gris, pesado, con una luz fría que parecía filtrarse a través de un velo. No era un amanecer de calma. Era uno de esos amaneceres que anuncian que algo va a romperse, que algo se pondrá en juego antes de que el sol alcance el punto más alto.
Abrí los ojos sin recordar el momento exacto en que el sueño me había ganado la batalla. Por un instante no supe dónde estaba. La cueva parecía distinta, más silenciosa, como si hubiera estado conteniendo su respiración toda la noche. Pero luego sentí el calor a un lado y el pulso inconfundible del vínculo.
Ashen.
Estaba sentado, no completamente relajado, pero tampoco tan rígido como la noche anterior. Había algo nuevo en su postura, algo que no había tenido en días: aceptación. No resignación, sino aceptación consciente del día que nos esperaba.
Dorian dormía más profundamente que la noche anterior, aunque su semblante aún tenía te