Abrí los ojos al mismo tiempo que Ashen se ponía rígido a mi lado. Fue como si algo —una vibración imperceptible— hubiera atravesado la cueva y despertado a los tres al unísono. El aire, que hacía un momento estaba tibio por el fuego, pareció enfriarse de golpe.
Ashen reaccionó antes que cualquiera. En un solo movimiento fluido, se incorporó y giró hacia la entrada, adoptando esa postura que conocía tan bien: ligeramente inclinado hacia adelante, listo para saltar, cada músculo despierto, la respiración contenida para escuchar mejor. Su silueta se recortó contra la penumbra como una sombra más del bosque.
—¿Qué fue eso? —murmuré, mi voz aún áspera por el sueño mientras me incorporaba hasta quedar sentada.
Dorian ya estaba despierto también. Medio agachado, con los puños tensos, su mano buscó instintivamente un arma que no tenía. Los reflejos antiguos no desaparecen aunque el cuerpo esté agotado. Sus ojos, oscuros bajo la luz vacilante del fuego, buscaron de inmediato los de Ashen, esp