Cada paso era una eternidad de agonía. El callejón olía a orina rancia y a la basura de cien caravanas, pero ahora, sobre todo, olía a nosotros: a mi sudor frío de miedo y esfuerzo, y al olor cobrizo y espeso de la sangre de Ashen.
Él era un peso muerto, un gigante que se aferraba a la vida por un hilo. Su brazo estaba sobre mis hombros, y yo rodeaba su cintura con el mío, convirtiéndome en su muleta, su ancla. Su cabeza colgaba, su respiración era un jadeo húmedo y doloroso que me helaba la sangre con cada bocanada.
—Solo... un poco más —susurré, más para mí que para él—. Hacia el oeste.
Detrás de nosotros, Encrucijada Gris era un infierno desatado. El cielo anaranjado palpitaba con el rugido del fuego y los gritos de una turba enfurecida. Podía oírlos. "¡Busquen al salvaje y a la perra!". "¡Tarek ofrece oro por sus cabezas!". "¡Por aquí, vi sangre!".
Nos estaban cazando. Y nosotros dejábamos un rastro que un ciego podría seguir.
Nos movimos a través del laberinto, un paso doloroso t